Es notable hasta qué punto hoy en día las personas se sienten de algún modo “perseguidas”, y por lo mismo encaran los vínculos con cierta dosis de desconfianza y toda clase de prevenciones. Por eso resulta tan frecuente escuchar a pacientes en terapia expresar una sensación de estar siendo implícitamente atacados a lo largo de su día: miradas reprobatorias, indirectas, comentarios al pasar, actitudes poco solidarias… Ya sea por parte de desconocidos en la calle, compañeras de trabajo y superiores, como de familiares, amigos o la propia pareja. Desde luego que a veces lo que hay es una tendencia a malinterpretar, a tomar todo de manera personal… y negativa.
Por otra parte, no son pocas las personas que compiten con su pareja. Algo bastante penoso: nada más lindo que relajarse y poder ser, tranquilamente y sin temor a que nos juzguen, un perfecto “cuatro de copas” en la casa. En vez de estar en guardia permanente: quién sabe más, quién colabora más, quién tenía razón, quién estuvo mal, quién tiene que pedir perdón, etcétera. Ya podemos imaginar cuánto una dinámica de estas características es capaz de alejar a las personas, no sólo sexualmente sino también en lo afectivo.
Algo en común
En las antípodas de esta cosmovisión, de esta manera de vivir las relaciones interpersonales, está la práctica de la compasión, un concepto central en muchas tradiciones espirituales.
De un modo muy concreto, Eckhart Tolle, maestro espiritual y autor de fama mundial, expresa en su ya célebre “El poder del ahora”: “La compasión es la conciencia de un vínculo profundo entre usted y todas las criaturas. Puesto que usted todavía está aquí como un cuerpo físico, comparte la vulnerabilidad y mortalidad de su forma física con todos los demás hombres y todo ser viviente”.
Así, nos insta a recordar -cuando se nos dé por pensar “No tengo nada en común con esa persona”- que, por el contrario, compartimos mucho. Afirma que esta comprensión nos ayuda a ser sobrios y humildes y deja poco lugar al orgullo. No se trata de un pensamiento negativo, sino de un hecho, asegura: “En ese sentido, hay total igualdad entre usted y todas las demás criaturas”.
Otra coincidencia humana básica es muy bien señalada por el Dalai Lama: “Por naturaleza, los seres humanos quieren felicidad y no sufrimiento. Con ese sentimiento, todos intentan alcanzar la felicidad y tratan de deshacerse del sufrimiento. Desde el punto de vista del verdadero valor humano, todos somos iguales”.
De manera que, cuando podemos ver que los demás en lo profundo no son diferentes de nosotros -ellos también sufren y quieren ser felices-, nuestra perspectiva necesariamente cambia.